En estos días de fútbol mundialista, muchos aficionados al deporte rey invierten su tiempo —y parte de su dinero— en quinielas sobre la suerte que correrán los distintos equipos del Mundial de Rusia 2018. Argentina pasará de ronda, Islandia apeará a Brasil en cuartos, España llegará a semifinales, etc. Son conjeturas que alimentan la economía del juego, probablemente la única que saldrá reforzada de la gran cita futbolística.
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Empieza gratis hoyEsta sospecha se fundamenta en el ánimo de los economistas, habitualmente pesimistas en cuanto al dinero que deja un Mundial —o una Olimpiada— en las arcas del país organizador. ¿Son estas economistas contrarios al deporte? Quizás, pero las evidencias sugieren que sus análisis no están del todo desacertados.
Según un la web World Economic Forum, los organizadores del Mundial de Rusia han pronosticado que el impacto económico total del torneo podría estar en torno a los 32 billones de dólares para el año 2023. El efecto de crecimiento se genera, teóricamente, al aumentar las infraestructuras de las ciudades, atraer turismo y situar a Rusia en el mapa de los eventos internacionales, posicionando al país como un buen lugar donde hacer negocios. Pero en esta tesis, defendida por las fuentes oficiales del país, quedan fuera los imponentes costes acarreados por un evento de semejante envergadura.
Los economistas consideran que los costos de alcanzar dichos objetivos de crecimiento son más grandes que los beneficios finales. ¿Por qué?
Para empezar, por culpa del coste de oportunidad. Es probable que el dinero gastado en infraestructura nueva para un evento como el mundial se utilice con más prudencia en inversiones a largo plazo en áreas críticas de la economía. La construcción a gran escala se justifica generalmente con el argumento de que impulsará crecimiento económico a corto plazo y esa infraestructura mejorada traerá ganancias a largo plazo para la sociedad.
¿Es cierto? Puede serlo, un aumento en el gasto público debe llevar a un aumento en el Producto Interior Bruto; sin embargo, el informe de Crecimiento y Desarrollo Inclusivo del Foro Económico Mundial sostiene que enfocarse en el crecimiento inclusivo es una estrategia más inteligente. Esto significa gastar para generar crecimiento económico y mejoras sostenidas. Invertir en un nivel de vida sostenible.
Por contra, la infraestructura deportiva es costosa de construir, ocupa bienes raíces escasos y a menudo cuesta aprovecharla de manera periódica para cubrir los costes de mantenimiento. Dicho en otras palabras, un estadio no es en ningún caso un bien esencial para el bienestar económico de un trabajador medio. Entonces, si un torneo es una excusa para construir y mejorar infraestructura nacional, ¿por qué no generar beneficios eliminando los estadios de la ecuación?
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En su cruzada contra los mega eventos deportivos, el economista Andrew Zimbalist aporta ejemplos de monstruos cementosos que quedan abandonados en las ciudades anfitrionas una vez ha terminado el evento. Y no solo eso, también utiliza el argumento político: antes del Mundial de Sudáfrica, en 2010, los residentes de bajos ingresos que vivían en asentamientos cercanos a los sitios destinados a los estadios fueron desalojados en un intento de limpiar la imagen del país, lo cual lleva a preguntarse: ese dinero, ¿no se hubiera invertido con mejor tino en el mejoramiento económico de esas comunidades?
Más ejemplos: el estadio más costoso del Mundial de Brasil ahora es un parking, y los preparativos del país para su gran torneo costaron entre 11 y 14 billones de dólares. El Tribunal Nacional de Cuentas de Brasil llegó a la conclusión de que el gasto público en el Mundial sería “suficiente dinero para pagar el doble de la factura anual de la Bolsa Familia (una herramienta de bienestar social)”. En ese sentido, es difícil encontrar justicia en el rendimiento final de la inversión.
El turismo y el fútbol
Los principales eventos deportivos atraen a miles de seguidores del deporte en cuestión, eso es innegable. Pero —según apuntan en World Economic Forum— esa llamada masiva puede interrumpir los flujos turísticos establecidos y terminar conduciendo el tráfico de personas lejos de las atracciones más populares. En cuanto a si los torneos aumentan el número de turistas total, los datos dicen justo lo contrario.
Tanto en Pekín como en Londres, las visitas anuales disminuyeron en sus años olímpicos –2008 y 2012 respectivamente—, mientras que el museo más popular del Reino Unido, el British Museum, registró un 22% menos de visitantes durante el mes en el que se celebraron los Juegos. La propia evaluación del gobierno británico después del evento concluyó que “hubo un desplazamiento sustancial de los visitantes regulares, disuadidos por el potencial de hacinamiento, perturbación y aumento de los precios”.
Esto en cuanto a los países que ya tenían su propio turismo, pero ¿qué ocurre cuando el evento se desarrolla en un país sin apenas visitas y el turismo, aquí sí, se dispara gracias al torneo? Incluso cuando el turismo aumenta, no necesariamente produce una ganancia evidente, pues existen gastos asociados a la atracción de visitantes. Antes del Mundial de Sudáfrica se pronosticó que alrededor de 450,000 turistas llegarían al país para asistir al torneo. Al final aparecieron dos tercios. A pesar de eso, el gasto de los visitantes aumentó en casi una cuarta parte, pero a un coste de adquisición para el gobierno sudafricano de hasta 13.000 dólares. Por aproximadamente la misma cantidad, el país podría haber pagado los salarios de toda la población en edad laboral durante una semana.
También es cierto que cuesta determinar con exactitud cuánto dinero se dejan los turistas. Los precios de los hoteles suben durante el evento, pero los salarios de los trabajadores que dan soporte en el evento no necesariamente aumentan en la misma cantidad, lo que significa que el rendimiento del capital es probablemente mayor que el de la mano de obra. De cara al Mundial de Rusia, los analistas creen que el beneficio económico de organizar este evento recaerá sobre todo en la industria turística, pero han descrito este beneficio tan insignificante que equivale a “un error estadístico”.
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Empieza gratis hoySuperávit en economías avanzadas
Las economías avanzadas deberían tener la capacidad de generar superávit financiero mediante la organización de competiciones, dado que su infraestructura deportiva, hotelera y de movilidad ya está previamente acondicionada —exige mejoras ínfimas—. A menudo se citan las Olimpiadas de Los Ángeles 1984 como ejemplo de competición exitosa y rentable, seguida muy de cerca por los Juegos Olímpicos de Londres, que generaron un total de 5.2 billones en ingresos.
Existen diversas vías de ingresos para los organizadores de un mundial, incluido el precio de las entradas, la venta de productos o los patrocinios, pero el mayor flujo de ingresos proviene sin duda de los derechos televisivos. Esos derechos suponen un botín goloso; sin embargo, los grandes organizadores están acumulando gran parte de ese dinero y están dejando sin apenas recursos a los organizadores locales.
The Economist ha evidenciado que el Comité Olímpico Internacional (COI) obtiene ahora más del 70% de los ingresos televisivos de los Juegos, un aumento de más del 4% entre 1960 y 1980. En cuanto al fútbol, la FIFA ganó casi 5 billones de dólares en el Mundial de Brasil —casi la mitad de lo que se generó con los derechos televisivos—, a pesar de que apenas contribuyeron en la organización del torneo. Ese dinero que se embolsa el organismo futbolístico es, en gran parte, la riqueza de la que se habla cuando un país organiza un evento de este tipo.
El lado positivo
Dicho esto, la celebración de una Copa del Mundo puede reportar beneficios en términos no económicos. Los principales eventos deportivos del planeta son una de las pocas cosas que realmente unen a la población de los distintos países que participan. El deporte es una gran herramienta para salvar las divisiones sociales y políticas; de hecho, los pasados Juegos Olímpicos de Invierno revelaron la capacidad del deporte para reparar estas diferencias cuando los seleccionados de las dos Coreas marcharon juntos bajo una bandera común.
No es justo, por tanto, reducir este tipo de eventos a números fríos y estadísticas deshumanizadas. Los torneos aportan un punto de identificación con historias inspiradoras y de éxito que pueden alentar a niños y adultos a practicar deporte, con lo que eso tiene de beneficioso para la población de cualquier país.
Asimismo, el deporte sirve en algunos casos para ejemplificar una diplomacia política que de otra manera cuesta ver. China, por ejemplo, desarrolla su industria deportiva como una extensión de su política diplomática; a medida que su economía se diversifica, su papel en el ámbito internacional crece. Un proceso que comenzó con los Juegos Olímpicos de 2008, fue seguido de una gran inversión en el fútbol nacional y continuará después de los Juegos de Invierno de Pekín 2022.
En el caso de Rusia, sin la perspectiva que da el tiempo, es difícil determinar hasta qué punto el Mundial forma parte de una estrategia de construcción nacional o es un evento puntual sin solución de continuidad. Cuando el país hizo su apuesta para acoger este torneo, su capital, Moscú, acababa de ser sede de la final de la Liga de Campeones y el equipo nacional había avanzado a las semifinales de la Eurocopa. ¿Fue un impulso del presidente Putin, o algo más?
Difícil decirlo. Lo que parece evidente es que Rusia no disparará sus ingresos económicos a partir del gran evento futbolístico; como mucho logrará transmitir una idea de aperturismo inédita hasta la fecha. La pregunta es: ¿merece la pena semejante inversión?
Fuente: World Economic Forum