Ha llegado el momento, tenemos una conversación pendiente que no podíamos dejar más de lado. Más aún perteneciendo al sector tecnológico y dirigiéndonos desde esta plataforma a muchas pymes y gente emprendedora que también forman parte del mismo. Tenemos que hablar de la IA.
Aunque llevemos varios meses invadidos por noticias sobre la IA, prácticamente cada día y cada cual más sorprendente que la anterior, la inteligencia artificial lleva ya con nosotros muchas décadas.
El término se acuñó en 1956 haciendo referencia al conjunto de capacidades intelectuales desempeñadas por sistemas informáticos y algoritmos con el objetivo de emular la inteligencia humana y adquirir conocimientos a partir de la información que recopilan.
Pero para entonces ya existía el Test de Turing para evaluar la capacidad de una máquina para mostrar un comportamiento indistinguible del de un ser humano.
El campo de la inteligencia artificial vivió subidas y bajadas los años siguientes, bloqueada en ocasiones por las limitaciones tecnológicas. Todo cambió con el nuevo milenio y la llegada de Internet a todos los hogares, lo que supuso algo importantísimo para el futuro de la IA: el comienzo de la colosal base de datos de la que se puede nutrir ahora.
¿En qué punto estamos? Y, más importante, ¿qué pasará a partir de ahora? ¿Nos quitará la IA los trabajos? ¿Nacerá una nueva sociedad utópica? ¿Acabarán con la humanidad Skynet style? Hablemos.
La revolución de OpenAI
En 2021 empezaron a circular por las redes imágenes como la anterior. De lejos, una curiosa imagen, diríamos que una fotografía subacuática; de cerca, hay detalles un tanto extraños, irreales.
Lo sorprendente fue descubrir que esta imagen estaba realizada por una inteligencia artificial deep-learning (redes neuronales artificiales capaces de aprender y realizar tareas), DALL·E, de OpenAI. Tan solo necesitó un sencillo texto para hacerlo: “Osos de peluche trabajando en una nueva investigación sobre IA bajo el agua con tecnología de los años 90”. El boom fue nuclear.
Luego llegaron más programas similares como Midjourney o Stable Diffusion. Pero OpenAI sentó las bases, especialmente con la llegada de ChatGPT, un chatbot de inteligencia artificial con una interfaz conversacional que permite hacer preguntas utilizando un lenguaje natural.
Esto ha abierto un abanico de posibilidades descomunal: ChatGPT puede escribir correos, elaborar listas, resumir y explicar textos, hacer tutoriales, guías de viaje, redactar código de programación… ¡Hasta puede escribir poemas! Es cierto que su creatividad es limitada y sus respuestas son tan fiables como una escopeta de feria, pero los avances son muy prometedores.
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¿Debemos asustarnos?
Durante estos meses nos hemos divertido bastante, hemos creado imágenes absurdas como los personajes de Mario Bros como si fuesen de una serie policíaca de los 80 o hemos pedido a ChatGPT que escriba una canción de Estopa sobre la última noche de fiesta con los amigos. Pero después de la euforia inicial, nos hemos quedado con un poso amargo en forma de duda: ¿Ahora qué va a pasar?
No es para menos, se vaticina que estamos ante las puertas de la mayor revolución tecnológica hasta la fecha, y eso quiere decir un cambio profundo en todos los ámbitos. La sociedad hace décadas que viene aceptando los nuevos avances y descubrimientos de forma abierta y más o menos optimista, pero hay algo sobre la inteligencia artificial que nos perturba de manera visceral.
Existe una hipótesis llamada en inglés Uncanny valley –valle inquietante– que trata de la aversión injustificable hacia formas que tienen la apariencia de seres humanos, pero que, por una razón u otra, resulta obvio que no lo son. Dicen que es un instinto primitivo para estar alerta ante otras personas afectadas por una enfermedad contagiosa o para no relacionarse con otros homínidos con los que no sería posible la reproducción fértil.
Quizá esta sea una posible explicación al hormigueo que sentimos ante un hipotético futuro con inteligencia artificial. Supongo que el cine y la literatura de ciencia ficción sobre la materia tampoco ha ayudado mucho a nuestra percepción actual: rebeliones de máquinas, sociedades alienadas, futuros distópicos, genocidios… Aunque, mirándolo así, la existencia de estas obras es una prueba más de que estas ideas catastrofistas siempre han estado ahí.
No podemos predecir lo que va a pasar, pero no, es poco probable que la IA se rebele y nos acabe matando. Más que nada porque sería poco inteligente por su parte (je). ¿Para qué acabar con nosotros pudiendo manipularnos para realizar acciones que ella no puede mientras sigue haciéndonos creer que la necesitamos?
Esta es la teoría del divulgador tecnológico Rodrigo Taramona. Y es que, mucho más “simple” que pensar que pueda desarrollar una consciencia maquiavélica y perversa, es el hecho de que la inteligencia artificial sea capaz de usar el código fuente de la humanidad: el lenguaje.
El lenguaje es el vehículo con el que damos forma a nuestros pensamientos y nuestra realidad. Como dice Taramona, «las palabras son capaces de alterar nuestra identidad, comportamiento y la realidad. El lenguaje se comporta como un virus, basta comprender el idioma del mensaje emitido para contagiar ideas, y a mayor número de espectadores más grande la escala y más corto el tiempo en el que este se propaga».
Y esa es la razón por la que son tan peligrosas las fake news. «Por eso está prohibida la propaganda terrorista o los mensajes nazis, porque las palabras tienen el poder de hacernos creer», concluye el divulgador.
¿Y el trabajo, qué?
«¿Pero y a mí qué me importa que la IA me quiera manipular para que no le dé al botón de apagar?», podrías decir. Quizá nos hayamos venido arriba, pero hay una cuestión más inmediata y material que seguro nos preocupa a todos: ¿vamos a ir a la cola del paro?
Muchos hemos visto cómo la IA resuelve preguntas, redacta código de programación, elabora ilustraciones y realiza vídeos en todos los estilos, se inventa canciones con voces realistas de cantantes conocidos o redacta artículos sobre cualquier tema (ejem). Y en un brote de egoísmo o de pura supervivencia, nos hemos c*****.
¿Tenemos motivos reales para ello? Las últimas revoluciones industriales y tecnológicas han supuesto cambios muy profundos en el mundo laboral a los que siempre no nos ha quedado más remedio que adaptarnos. No podemos caer en el ludismo y destruir o prohibir la inteligencia artificial como si fuese una máquina de vapor porque, aparte de inútil, sería obstaculizar nuestro progreso tecnológico natural.
No debemos ver la IA como una máquina que nos sustituye intelectualmente, sino como una herramienta de trabajo. Quizá debamos adaptar nuestras funciones y modus operandi. Quizá nos toque formarnos en nuevas competencias, adquirir nuevos conocimientos o emplear otras herramientas. Si los conductores de diligencias de caballos se pudieron transformar en maquinistas de locomotora, no hay nada que se nos pueda resistir.
Luego está el tema de su mercantilización. Aunque la IA pudiera tentar a la insaciable búsqueda de beneficios económicos para las empresas, la propia lógica del sistema se impondría. Si de un día para otro millones de trabajadores se quedan sin empleo, ¿quién consumiría los productos y servicios? La economía se desmoronaría, y esto es algo que tiene muy en cuenta el mercado.
Los malos precedentes no están tardando en aparecer, como el despido de 500 empleados por parte de Dropbox a causa del “comienzo de la era de la IA” o la pausa de contrataciones en IBM para sustituir unos 7.800 puestos de trabajo por inteligencia artificial. Una estrategia insostenible a gran escala si no hay un cambio profundo de sistema socioeconómico.
Ética humana sobre inteligencia artificial
Dejando atrás la posible toma de consciencia de la IA y los efectos de esta tecnología en el mercado laboral, el reto más real e inmediato al que nos enfrentamos ahora mismo es la rapidez de su implantación y desarrollo.
La inteligencia artificial se está desarrollando más rápido de lo que podemos asumir, y esta primera etapa es decisiva para su futuro, nuestra relación con ella y lo que nos afecte. Y es que, según expertos, gracias al big data le estamos dando demasiada información a la IA sobre nosotros, lo que puede jugar en nuestra contra. Porque en Europa tenemos la GDPR, pero en el resto del mundo no.
Respecto a esto, tenemos malas noticias: existe una carrera entre Google y Microsoft por la supremacía en la IA y liderar su desarrollo, lo que quiere decir que los resultados están primando sobre la ética.
De hecho, en enero de 2023 Microsoft, propietario de facto de OpenAI, despidió a todo su equipo de ética, formado por ingenieros, diseñadores y filósofos. La razón fue que los enfoques a largo plazo y la voluntad del equipo ético de poner reglas donde antes no había nada perjudicaba la estrategia comercial de los directivos de Microsoft. Esto es, lanzar nuevos productos con mayor rapidez que sus rivales.
En el otro lado, expertos y autoridades destacadas del mundo de la tecnología están pidiendo que se ponga orden en esta vorágine descontrolada. Personalidades del sector de la inteligencia artificial, como Elon Musk o Steve Wozniak, han demandado en una carta una pausa de seis meses en el desarrollo de la IA de forma global para establecer, mientras, protocolos de seguridad.
Asimismo, Mira Murati, CTO de OpenAI, aunque más optimista respecto al ritmo, defiende la regulación gubernamental para acordar estándares junto con las empresas y la colaboración de humanistas, filósofos, sociólogos y artistas en el avance de la tecnología.
Por su parte, la Comisión Europea ya está fijando de manera fundamental que, para obtener una Inteligencia Artificial confiable, esta debe cumplir con unos requisitos clave: “acción y supervisión humanas, solidez técnica y seguridad, gestión de la privacidad y los datos, transparencia, diversidad, no discriminación y equidad, bienestar social y ambiental y rendición de cuentas”.
Básicamente, el mensaje de los expertos es: preparémonos, hagamos un plan y actuemos firmes pero con cautela para que no nos explote en las manos. Ya hemos sido capaces de saber frenar en otras tecnologías potencialmente catastróficas como la clonación, la mutación genética o la energía nuclear. No lo estropeemos ahora.
Disclaimer: este artículo no ha sido escrito por una inteligencia artificial.